El visor de cartón de Google demuestra que esta tecnología puede ser económica, educativa y un asunto de familia.
Por Carmen Molina Tamacas. "¿No está muy pequeña para toda esa nueva tecnología?", me preguntó la madrina de mi hija después que le compartí una foto de Aleyda jugando con un dispositivo de realidad virtual.
Lo tenemos muy limitado, le respondí. Y no es que soslaye su preocupación, porque yo misma me preocupo, hasta podría decir que tengo miedo, ese miedo a "algo" nuevo, "algo" que apenas se está desarrollando y explorado pero que ya se presenta como una prometedora industria de millones de dólares.
Las tres oportunidades que mi hija de 6 años ha tenido de probar un dispositivo de realidad virtual no suman más de cinco minutos en total. La primera vez fue en la oficina de su papá, una agencia de tecnología de Manhattan. Por cortísimo tiempo –asegura él– ella jugó con las apps del Gear VR de Samsung, uno de los más populares del mercado actual.
En la breve visita, la niña fue a volar en helicóptero. "Vi una montaña y un río y espacio abierto", me dijo. ¿Qué fue lo que más te gustó?, pregunté. "Todo, porque estaba muy cool. ¡Es como si yo estuviera allí!'', respondió. ¿Miedo? "No, porque estaba divertido, nunca lo había visto", resumió con admiración.
Del trabajo a la escuela
Poco después, se realizó en la escuela el Career´s Day, un día en que los padres pueden hablar sobre sus trabajos. Casualmente, Carlos, mi esposo, había participado un día antes en la presentación de James Andrew, un pionero y emprendedor, fundador del estudio de juegos de realidad virtual llamado Pixel Router que ha creado el prototipo Z0NE, que se puede jugar en el Oculus Rift DK (propiedad de Facebook) y el Gear VR de Samsung.
Lo que pasó la mañana siguiente no pudo planearse mejor. Como un mago que recibe toda la atención al mostrar su sombrero, sacó el famoso Oculus. Formados en línea, los niños y sus maestras experimentaron la realidad virtual.
La experiencia, aunque breve, puso de manifiesto todo tipo de emoción: algunos con asombro, otros tímidos y en blanco, asustados de lo que sentían. Las maestras quedaron impresionadas por tener el futuro en sus manos.
Ahora, en casa
Días antes encontré en el buzón una cajita con un pequeño kit para armar. Y suspiré. Mi esposo compró el DodoCase, un visor de cartón –sí, de cartón– que permite convertir (casi) cualquier smartphone en un dispositivo de realidad virtual.
El DodoCase sigue los lineamientos de Google, que creó Carboard, el visor de cartón, con el objetivo de masificar el acceso a la tecnología de la realidad virtual. Aunque se pierden algunos de los efectos inmersivos de los auriculares, los visores de cartón son perfectos para su propósito: una pequeña muestra de lo que significa la realidad virtual. Y lo hace sin cámaras de última generación y sin sensores de posiciones. Ya se vendieron más de un millón de unidades.
Google Cardboard ahora es compatible con el iPhone 5, iPhone 5c, iPhone 5s, iPhone 6 y iPhone 6 Plus, además de Android. ¿Qué se puede hacer? Respuesta: Explorar ambientes excitantes, exhibir objetos 3D de la colección de un museo, explorar ciudades icónicas alrededor del mundo, entre otros. Y todo por US$29,95 en Amazon. En definitiva, demuestra que la realidad virtual puede ser barata y ubicua.
El sábado de esa misma semana, después de varios días intacta, decidimos abrir la caja y armar el aparatito. Navidad en mayo. Y ahora el debate en casa no tiene fin: ¿Qué le hace la realidad virtual a nuestros cerebros? ¿Es segura? ¿Cuánto tiempo podemos pasar en un espacio virtual? ¿Con qué frecuencia? ¿Vamos a dejar que Aleyda lo use? Si es así, ¿con o sin supervisión? ¿Qué tipo de interacciones puede tener? ¿Le hará daño? ¿Y qué hacemos si el hermanito quiere también?
No puedo evitarlo: me da miedo. Pero veo a mis hijos interactuando con los dispositivos de realidad virtual y me desengaño: no le temen, les fascina porque no es el futuro; para ellos ya es el presente.
*Fotografía: Wikipedia, BagoGames,
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