"Cuando las regulaciones están dirigidas a proteger a los inversores y brindar garantías a las empresas que operan en un país, el clima de negocios contribuye a que el capital fluya. Como contrapartida, la regulación excesiva y la incertidumbre alejan la oferta y demanda de inversiones".
*Por Sofía Gancedo, COO de Bricksave
El capital es como el agua. Fluye hacia aquellos lugares en los que puede circular con más comodidad. No se estanca, salvo por fuerza mayor, en obstáculos que le impidan seguir su curso.
Una buena forma de explicar esta metáfora es analizar lo que está ocurriendo hoy con la industria Fintech en la región. Un informe elaborado por Latam FinTech Hub refleja que durante el primer semestre de 2021 las empresas de este sector en Latinoamérica lograron captar casi US$ 7.600 millones en inversiones. Brasil lidera la lista con US$ 5.900 millones, seguido muy atrás por México con US$ 1.000 millones. ¿Qué hay en común en estos dos países? Ambos tienen sus leyes Fintech, es decir, un marco legal para proteger y promover las inversiones, con reglas de juego claras para las empresas y los usuarios.
Hace algunos días Sebastián Piñera anunció el envío de una ley Fintech al Congreso de Chile. De acuerdo a la Asociación de Fintech local, existen en el país 220 empresas en esta industria, mientras que las proyecciones es que sean más de 500 dentro de tres años gracias al impulso de la ley.
La metáfora del agua se presenta una vez más. Cuando las regulaciones están dirigidas a proteger a los inversores y brindar garantías a las empresas que operan en un país, el clima de negocios contribuye a que el capital fluya. Como contrapartida, la regulación excesiva y la incertidumbre alejan la oferta y demanda de inversiones. El resultado perjudica principalmente a la gente de a pie que busca resguardar el valor de sus ahorros en un continente caracterizado por monedas volátiles y macroeconomías endebles.
Según datos del Banco Mundial, en 2020 había 2.500 millones de personas en el mundo que no usaban servicios financieros, y el 75% de la población en situación de pobreza no tenía una cuenta bancaria. Volvemos a lo anterior: en general los que sufren la falta de estructura para potenciar alternativas financieras son las clases sociales medias y bajas.
Un ejemplo emblemático de cómo una fintech puede generar mejoras exponenciales en un país es el de Kenia. Hoy Nairobi, su capital, es una de las ciudades más pujantes del continente. No obstante, hace unos años sufría un obstáculo recurrente en la región: la exclusión financiera. Tan solo el 20% de la población adulta tenía una cuenta bancaria en 2006.
En 2007, se puso en marcha M-Pesa, un sistema de transferencias monetarias mediante teléfonos móviles que permitía enviar dinero y ofrecía un método seguro para guardarlo. Actualmente, el 75% de los adultos y 73% de las personas que viven en áreas rurales están bancarizados.
Si bien hoy hay herramientas mucho más innovadoras, este caso refleja cómo la tecnología aplicada a las finanzas mejora la vida de las personas en el largo plazo, ofreciéndoles alternativas de ahorro y acercándolas a la educación financiera.
Hoy una persona puede invertir de forma rápida y segura en Real Estate en cualquier parte del mundo, sin moverse de su casa, pero necesita también que el Estado habilite un canal legal para que eso suceda. Y esa todavía es una cuenta pendiente en varios países del continente.
Los avances regulatorios deben ir de la mano con la educación financiera. Si las personas no comienzan a comprender a edades tempranas las nuevas dinámicas de inversiones y su vínculo con la tecnología, la brecha no solo será educativa sino también tecnológica. Tendremos un doble problema.
Desde una mirada optimista, celebro que Chile y otros países de la región avancen a la regulación de las Fintechs y la inclusión de muchísimas personas en el mundo de las finanzas.
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