En el campus de la Universidad de Berkeley en California, la comunidad universitaria ya se ha acostumbrado a ver a nuevos integrantes que recorren sus diversas instalaciones diariamente. Su altura no llega ni a sus rodillas y se traslada en cuatro ruedas. Se llama Kiwibot, y es un robot hecho de fibra de carbono con un potente GPS, una batería lipo (polímero de litio), pantalla led que dibuja siempre una sonrisa y tiene un aspecto de minirefrigeradora rodante. Su objetivo: hacer servicio de delivery (o de domicilio) de comida.
Kiwibot tiene solo tres años de edad y fue creado por los colombianos Sergio Pachón, Jason Oviedo y Felipe Chávez. Su primer prototipo era una canasta colocada encima de un chasís de carro a control remoto hackeado a la que pusieron un celular en el tope para que sirva de streaming. Hoy, el ágil robot puede sortear cualquier tipo de obstáculos, subir y bajar veredas, detenerse en la luz roja del semáforo o saltar mientras es operado a más de 5.500 kilómetros de distancia, en la ciudad de Medellín.
“Trabajamos con inteligencia artificial (IA) y computer vision para hacer el robot autónomo en cierta medida, porque no lo es totalmente. Nuestro modelo es una tecnología de autonomía paralela que ayuda al robot en el campo, pero siempre supervisado por personas en Colombia. Eso nos permite una mayor seguridad de que no tenga un accidente, porque siempre habrá humanos monitoreando y apoyando su autonomía, que le permite ir centrado en las calles, reconocer las aceras, las cebras peatonales, los semáforos”, dice Sergio Pachón, cofundador de Kiwi.
La compañía ya cuenta con 100 robots, cuyo diseño de piezas e ingeniería se hicieron en Medellín y se fabricaron en China. A la fecha, ha recibido más de 100.000 pedidos que se hacen en la app de Kiwibot. Además de la Universidad de Berkeley, Kiwibot también funciona en la Universidad de Denver y ya empezó un piloto en otra casa de estudios en Taiwán y en Medellín, su ciudad natal, donde, según Pachón, los ciudadanos son muy respetuosos con él. Hasta ahora ningún robot ha tenido ningún percance en esta urbe, considerada como una de las más innovadoras del mundo.
Este pequeño robot ha logrado una reducción de 30% de la tarifa delivery en Estados Unidos versus compañías de domicilios que usan motos o bicicletas. La meta es lograr que esta llegue hasta US$ 1 o menos por envío en un mercado donde este servicio es bastante caro.
“Siempre había sido nuestro sueño desde muy jóvenes ir a Silicon Valley e intentar algo”, dice Sergio Pachón. “América Latina tiene un talento humano impresionante para hacer robots. No hay diferencia entre un man de Stanford o de Harvard con uno de una universidad de Colombia o de Chile. Como gran ventaja tenemos que el costo de vida es mucho más bajo y podemos competir con cualquier empresa en el mundo teniendo ingenieros colombianos, peruanos, brasileños o mexicanos muy talentosos. Trabajamos más, tenemos más hambre de triunfo y de ambición”.
Ese apetito de triunfo y ambición se ha visto reflejado en los últimos años. Cada vez son más los latinoamericanos que emprenden el largo y retador camino de construir robots que ayudan no solo a automatizar operaciones en las empresas, sino que en muchos casos mejoran la calidad de vida de las personas en diversos ámbitos, sentando así las primeras bases de esta incipiente, pero muy prometedora industria robótica latinoamericana.
De esta forma, muchos han recorrido concursos y olimpiadas de robots –como FIRST Robotics Competition, organizada por la NASA– y han obtenido los primeros lugares, lo cual ha impulsado a algunos a dar el siguiente paso en esta aventura tecnológica. Y es que estos torneos no son solo un encuentro de geeks que exhiben sus más increíbles creaciones, sino también son el punto de partida para futuros desarrollos.
Robots con sello latino presentes en torneos internacionales de robótica.
“Competimos en torneos de robótica, porque es una forma de acortar la brecha tecnológica, ya sea por acceso para que la gente acceda a la tecnología; por conocimiento, es decir, que la gente sepa usarla y por especialización, para que la usen bien”, dice el chileno Rodrigo Quevedo, director general de Robotics Lab, quien es uno de los referentes de la robótica en América Latina. “Llevamos a niños, jóvenes y universitarios a competir en estos torneos para cumplir la tercera brecha, la de especialización, porque ahí se prueba el conocimiento aprendido y se mide el avance tecnológico”.
Quevedo empezó este laboratorio hace más de 10 años y asegura haber entrenado a más de 40.000 personas en la región y haber llevado a más de 800 niños y jóvenes a competir en Estados Unidos, Japón, Corea, entre otros países.
Aparte de eso, el laboratorio comandado por este exoficial del Ejército de Chile ha desarrollado proyectos como el Over Mind, una silla de ruedas que se puede controlar con la mente a través de un casco que canaliza las señales recogidas por neurosensores. Con Over Mind no solo se podrá controlar cualquier silla de ruedas eléctrica adaptada, sino también exoesqueletos u otros mecanismos que faciliten la movilidad de las personas que tienen alguna discapacidad para desplazarse. Tras recibir el reconocimiento de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial, The History Channel, entre otros, Over Mind se alista para su pronta comercialización, una vez que culmine la fase de empaquetamiento.
De esta forma, la robótica latinoamericana no solo se forja en competencias en otros continentes. Hoy son varios los países que apuestan por crear este talento desde casa. Es el caso de Bolivia, que desde 2014 organiza anualmente sus Olimpiadas de Robótica.
“En la primera edición se inscribieron 800 participantes y el año pasado el número creció a 9.000”, dice Wilmar Palomino, creador de las Olimpiadas de Robótica en Bolivia. “Aquí, en general, las cosas están muy básicas, pero lo que sí es un avance es que las universidades más importantes del país han creado carreras de mecatrónica o afines a la robótica. Estas se crearon casi después de la primera olimpiada”.
Mi amigo, el robot
Desde realizar operaciones matemáticas, responder preguntas sobre animales, expresar emociones, bailar y hasta contar chistes. Todo eso y mucho más son las actividades que Sima, el primer robot social educativo e interactivo de América Latina, según sus creadores, puede realizar. Felipe Araya, CEO de Sima Robot, y su esposa, la educadora Virginia Dias, son los responsables de la creación de este exoesqueleto robótico cuya inteligencia se basa en la aplicación de un smartphone.
“Funciona como un case de teléfono que cuando es colocado se convierte en un robot completamente autónomo capaz de mover su cuerpo como un medio de comunicación para reforzar lo que dice con gestos físicos y generar empatía con los niños con los que interactúa”, explica Araya.
Sima ya se comercializa desde su página web y se ha convertido en un aliado importante para los profesores de 10 escuelas chilenas y para el aprendizaje de más de 2.500 niños. Sima es una muestra del potencial que tiene la robótica regional para el desarrollo de droides sociales que acompañen a los humanos en áreas como la educación, la salud, el servicio y el entretenimiento, y son varios los que ya vienen apostando por ellos.
Así lo sostiene Isaac Suaste, cofundador de Aira, estudio creativo de diseño tecnológico en México. “Trabajamos mucho con este tipo de robótica. Creamos robots con inteligencia y comportamiento propio que les permita acompañar a las personas y ser más empáticos con la sociedad”, dice. “Si la región quisiera competir en la industria de robots industriales, le costaría mucho, porque en ese segmento están las empresas más grandes. Más bien, nosotros, las startups mexicanas, nos hemos inclinado a la parte social, donde se puede innovar más, proponer nuevas ideas en robótica e incursionar en diferentes áreas como la educación y entretenimiento. Nosotros estamos haciendo nuestros pininos en crear robots de ese estilo”.
En ese sentido, Aira ha desarrollado Droid Trooper, un robot autónomo acompañante con morfología de un Stormtrooper de Star Wars que juega, dispara, responde rudamente a cualquiera que se interpone en su camino y no duda en derribarlo si es posible, haciendo honor al personaje en el que está inspirado. Actualmente, Isaac Suaste se encuentra negociando con Disney para comercializarlo.
Su socio, Víctor Serrano, obtuvo el primer lugar en el Latin America Robotics Contest (LARC) en 2005, tras crear Zero One, un robot que se ha convertido en un referente tecnológico en México. “Este robot ha marcado la pauta de cómo actualmente se hace robótica en los concursos en México. La morfología que él utilizó en esa época la adoptaron los estudiantes mexicanos y con ella se están ganando torneos internacionales”, dice Suaste.
Los robots, además de entretener y acompañar los procesos educativos, también pueden impactar en la calidad de vida de las personas. Luis Bravo lo comprobó durante sus años de estudio de medicina. Haciendo guardias en el área de emergencia de un hospital mexicano, vio de cerca casos de obreros, albañiles, mecánicos y electricistas cuyos brazos o piernas eran amputados por accidentes laborales.
“Había mucha limitación en cuanto a la tecnología para amputados y de hecho lo sigue habiendo. Actualmente, la tecnología es un poco más avanzada, pero inalcanzable en precio para este mercado conformado por personas que exponen sus brazos para trabajar. Vi que existía un gap enorme para una oportunidad tecnológica que pudiera satisfacer esas necesidades de mercado”, dice Bravo, quien cambió la medicina por la ingeniería biónica y creó Probionics, una compañía que fabrica brazos y piernas biónicas de bajo costo.
Hoy, Bravo ha desarrollado una prótesis modular que se ensambla como si fuese un juguete Lego y se adapta de acuerdo con la amputación de la persona. Puede atender una amputación de una mano (a nivel de muñeca), pero también de un hombro. Para Bravo, el desarrollo de esta tecnología modular es una de las ventajas competitivas más valiosas de su compañía.
Además, Luis Bravo creó una batería que se inserta dentro de la prótesis y es compatible con la biología de esta, a diferencia de otras en el mercado que se cargan con baterías externas, como las de un celular o laptop, lo que brinda mayor comodidad al usuario. Desde que empezó Probionics, el ingeniero mexicano ha colocado más de 280 equipos a nivel experimental que son fabricados en una pequeña planta en Tlalnepantla, en el estado de México, donde elaboran el 95% de las piezas.
De esta forma, mientras que en el mercado las prótesis biónicas fabricadas por compañías estadounidenses o europeas pueden llegar a costar entre US$ 50.000 y US$ 200.000, las de Probionics son hasta 12 veces más accesibles. A la par, su creador ha desarrollado prótesis de dedos funcionales y trabaja en exoesqueletos para las personas que no han sufrido alguna amputación, pero han perdido movilidad de alguna extremidad.
Robótica desde kindergarten
Muchas veces, las piezas de Lego han supuesto el primer acercamiento entre las personas y la robótica e incluso muchos prototipos han sido construidos a base de estas piezas de plástico. Hoy, la compañía danesa de juguetes, mediante su solución Lego Education, busca impulsar estas habilidades del siglo XXI usando la metodología del aprendizaje a través del juego. Por medio de alianzas con organismos involucrados en el desarrollo de la niñez y ministerios de Educación de países latinoamericanos, desarrolla programas de robótica para niños en edad preescolar hasta secundaria que usan sus kits para crear robots. “La robótica no la puedes conceptualizar como algo teórico, porque es sumamente importante conectar lo que haces con lo que piensas para crear un producto final. Estamos impulsando estas disciplinas Steam para preparar a los chicos a enfrentar este cambio constante que nos trae el mundo en los procesos de globalización”, dice Claudette Muñoz, Latin America Regional Manager de Lego Education.
Recientemente Lego lanzó Spike Prime, el primer set que la compañía ha creado exclusivamente para Lego Education y que está dirigido a niños de entre 10 y 11 años, y que complementa las soluciones WeDo y EV3. “En América Latina alrededor del 25% de los alumnos tiene 15 años. Esperamos que este porcentaje pueda integrarse a la disciplina Steam en el mediano o largo plazo. Además, se contempla que existen 25 millones de estudiantes en nivel preescolar en la región y el objetivo es introducir la robótica desde esta etapa, para que poco a poco se vaya permeando en primaria y secundaria. Estamos en un momento de intervención oportuno”, dice Muñoz.
Campesinos de aluminio
En Misiones, la accidentada provincia del noreste de Argentina, mejor conocida por albergar gran parte de las famosas cataratas de Iguazú, es también hoy conocida por su Escuela de Robótica. El año pasado, de la mano de Halken Robotics, un spin off de la compañía SmartCultiva, fue una pieza clave para la creación de Agrobot, un robot autopropulsado de reconocimiento y monitoreo de sistemas agroproductivos, que posee autonomía a partir de la energía solar. Sus pantallas fueron creadas en Misiones para realizar funciones como medición de temperatura del ambiente, humedad relativa y luminosidad a través de sensores.
“Argentina es un país que tiene una gran extensión de tierras de cultivo. Nuestra misión fue ayudar a la agricultura familiar, que equivale al 70% de la agricultura argentina y que está formada por agricultores que poseen territorios pequeños, de dos o tres hectáreas, y ellos mismos trabajan la tierra sin equipamiento tecnológico”, dice Martín Bueno, fundador de SmartCultiva. “Ya estamos fabricando la versión 2 de Agrobot, que será un 10% más grande y va a poder sembrar semilla por semilla con un sistema de siembra de precisión que calcula la distancia entre las semillas, el volumen de cada una y a qué profundidad quedan sumergidas en la tierra o en sustrato”.
Agrobot tendrá un modelo de hardware compartido y a través de una aplicación los pequeños agricultores podrán alquilar su servicio y compartirlo con otros que lo necesiten. “El robot tendrá un valor aproximado de US$ 10.000, que fue una de las bases que tuvimos desde el comienzo para que sea accesible a todos. Hay desarrollos de robótica, pero que exceden los US$ 80.000”, dice Bueno. A la fecha cuentan con 50 pedidos a nivel global y al cierre de año planean producir 1.000 Agrobots.
Sergio Pachón, de Kiwi; Rodrigo Quevedo, de Robotics Lab; Felipe Araya, de Sima Robot; Luis Bravo, de Probionics; Martín Bueno, de SmartCultiva.
También en Argentina, pero en la localidad de Villa Constitución, ubicada en el sur de la Provincia de Santa Fe, hace tres años la empresa Plantium inició el desarrollo de Terran, una plataforma autónoma con un sistema de pulverización montado que recorre los campos eliminando maleza que impide el crecimiento de cultivos.
“Terran está pensada para que no sea solo un pulverizador, sino que a futuro se puedan diseñar otras máquinas que vayan sobre ella y realicen otras labores agrícolas y no agrícolas”, explica Fermín Cajén, especialista en pulverización de Plantium. “A diferencia de un pulverizador convencional, esta pulverizadora tiene IA y mira en tiempo real su recorrido mientras aplica el agroquímico en lugares puntuales donde es necesario, lo cual genera un gran ahorro, contamina menos el medioambiente y es más efectivo a la hora de minar la maleza”.
Desde una tablet se plantea el recorrido del robot, se marcan los obstáculos conocidos del lote y se le carga el producto. Se le indica la dosis, la sensibilidad de las malezas y se lo envía a trabajar al lote. Si Terran se sale de algún parámetro establecido, una alarma salta en la tablet y el equipo se detiene para que un humano tome una decisión.
La agricultura no solo se concentra en Argentina, sino en toda América Latina, y para Alejandro Floreán, vicepresidente de Consultoría y Estrategia de IDC Latinoamérica, esta industria representa la segunda mayor oportunidad –después de la manufactura– para la robótica regional.
“América Latina es una región donde el agrobusiness es un negocio muy fuerte. Este sector está experimentando una automatización de procesos y de incorporación de elementos robóticos. Si bien hay grandes compañías con inversiones considerables que pueden hacer todo eso con relativa facilidad, no todas están en la misma situación”, dice el especialista de esta firma de estudios de tecnología de la información y telecomunicación. “De hecho, gran parte de las aplicaciones de internet de las cosas (IoT) se da principalmente en la agricultura con máquinas para regar campos, medir la temperatura, la presión, la humedad y todo eso dispara ciertas acciones mecánicas”.
Robotización adaptada
A pesar de que muchos aseguran que los robots hechos en América Latina no tienen mucha cabida en el segmento industrial, donde los equipos en su mayoría son importados, en diversas industrias se han hecho importantes aportes. “La región consume mayormente robots industriales, principalmente en la industria de manufactura, como los sectores automotriz y aeronáutico de México y Brasil, y también el de alimentos”, dice Alejandro Floreán, de IDC. “Actualmente, gran parte de las empresas están en una transición que denominamos como smart manufacturing o manufactura 4.0, donde gran parte de la transformación viene por los temas de automatización inteligente”, dice Floreán.
De acuerdo con IDC, en 2018 el mercado de robots en América Latina cerró con un valor de US$ 1.040 millones y va en aumento. En 2019 se estima que dicho mercado alcanzó los US$ 1.266 millones, con un crecimiento del 21% respecto al año anterior, con el 73% de robots industriales, el 27% de robots de servicios y un 0,09% de robots de consumo. Para 2022 se espera que el valor del mercado ascienda a US$ 2.150 millones.
La robótica latinoamericana ha dado una cuota en el segmento de robots industriales. “En Chile hay un gran sector minero y el gobierno se ha dado cuenta de que va a ser muy complicado generar ventajas competitivas y comparativas para la creación de robots industriales, porque quizás no hay centros de investigación y fondos de inversión importantes para hacerlo”, dice Alejandro Floreán. “No obstante, han logrado avances en la automatización de maquinaria que ya tiene muchos años y debe renovarse. Por ejemplo, la industria del cobre usa hornos para el procesamiento de este mineral que tienen una vida útil de 30 o 40 años, pero requieren una millonaria inversión para reemplazarlos y no todas las empresas están en capacidad de hacerlo. Por ello, a través de la automatización usando sensores, IoT o softwares de alta tecnología, pueden adaptar estos equipos para alargar su vida útil y se abre una oportunidad para América Latina”.
Para Francisco Escudero, socio de consultoría EY Perú, dado que México y Brasil tienen una gran industria manufacturera, son efectivamente los principales consumidores de robots industriales. “Si países como el Perú tuvieran una industria minera, pesquera o agrícola cuya producción se procese acá, se podría generar un mayor uso de robótica industrial por un tema de volumen”, dice. “Si bien aún no hemos llegado a esa escala, se abre una gran oportunidad para los robots colaborativos o cobots, que son herramientas de precisión que requieren de un humano para operar. Definitivamente son más baratas que una línea de producción automatizada como la que puede hacer un auto y permite una interacción que potencia la capacidad humana en exactitud y precisión”.
Los cobots, de acuerdo con Escudero, están ganando mayor protagonismo en diferentes sectores, porque representan un nuevo reto para capacitar con otras destrezas a las personas. Pero, por lo pronto, los robots industriales siguen siendo importados y modificados o eventualmente ensamblados para las necesidades de cada empresa en particular.
No obstante, el apetito por automatizar está en todas las industrias. Consciente de esta situación, PwC Chile decidió tomar cartas en el asunto y en asociación con Robotics Lab ha creado un Centro de Robótica e Inteligencia Avanzada que se suma al Centro de Inteligencia Artificial y Analítica Aplicada, inaugurado a fines de 2018. A pesar de que la implementación física del laboratorio fue interrumpida por la pandemia del coronavirus, ya se vienen desarrollando varias iniciativas.
“Queremos convertirnos en un hub de robótica para responder los requerimientos de nuestras líneas de servicios y de todos nuestros clientes. De esta forma, podemos guiarlos sobre qué tipo de soluciones necesitan y con quién pueden desarrollarlas”, dice Rodrigo Palacios, senior manager de Transformación Digital e Innovación Abierta de PwC Chile. “Atacamos muy fuerte a todo el sector minero y estamos concentrando nuestros esfuerzos en soluciones integradas para automatizar procesos muy complejos, pero también estamos identificando oportunidades en retail y banca”.
Para Rodrigo Quevedo, de Robotics Lab, la alianza con PwC permitirá una transferencia de tecnología avanzada más rápida a la industria. “PwC ya cuenta con un centro de IA muy grande que al unirse con uno de robótica será algo muy potente”, dice. “Sería el primer caso en que una big four tenga un laboratorio de robótica aplicada integrado con otro de IA. Vamos a compartir capacidades y PwC contará con nuestra red de proveedores y colaboradores para dar y transformar soluciones concretas. Así ellos llegan a la industria de manera más rápida y nosotros con estos 12 años de trabajo en robótica traspasaremos de mejor manera nuestras capacidades”.
Cortocircuito
No todo es color de rosa para los robots fabricados en América Latina. “El Estado no invierte en innovación y falta una educación desde el punto más básico hasta el más alto, donde haya cierta afinidad de la tecnología. Se deben abrir más puertas que faciliten el desarrollo de proyectos de robótica. No lo ven como una inversión a largo plazo”, dice Nícolas Figueroa, CEO de NFM Robotics.
El peruano ha desarrollado Wirabot, un robot humanoide orientado al servicio y ha experimentado de cerca el alto costo que implica crear un robot. “La fabricación requiere pequeños motores para su movilidad que cuestan alrededor de US$ 300 y usualmente un robot humanoide puede llegar a tener hasta 24 motores. Es una inversión muy grande para un robot que todavía no tiene una aplicación específica”, dice.
Una vez terminado, Wirabot servirá de plataforma para robots que se encarguen de dar orientación a clientes y ayudante de catering.
En ese sentido, Isaac Suaste, de Aira, agrega: “Lamentablemente no hay una industria robótica local tan grande apoyada por el gobierno. Estamos en la etapa en la que salimos a concursar en el mundo, pero no estamos produciendo todavía robots de exportación. En México han disminuido los recursos para ciencia y tecnología, hay menos organismos que antes apoyaban el emprendimiento. A nosotros, como empresa de innovación, nos está costando encontrar fondos a nivel de gobierno o de venture capital, porque los robots son inversiones a largo plazo. Por eso hemos puesto nuestra mira en Estados Unidos”.
Para Martín Bueno, de SmartCultiva, la robótica latinoamericana va a ser una industria que tendrá un crecimiento importante, pero dependerá de emprendedores, de inversores, venture capital y gobiernos dispuestos a tomar ese riesgo.
“Para un desarrollo promedio de un robot avanzado como Agrobot, se necesitan entre US$ 500.000 a US$ 1 millón y un proceso de desarrollo de dos años. A diferencia del emprendedor que hace una aplicación, hacer un robot requiere de mucho dinero”, dice.
Sea como fuere, los robots manufacturados en América Latina no van a dar marcha atrás. “Calculamos que son ocho años que acortamos la brecha tecnológica al traer tecnología a Chile y América Latina. El momento de la robótica llegó”, dice Rodrigo Quevedo. Y llegó para quedarse.
Fermín Cajén, de Plantium; Alejandro Floreán, IDC Latinoamérica; Francisco Escudero,de EY Perú; Rodrigo Palacios, PwC Chile y Claudette Muñoz, de Lego Education.
Los robots en la era del COVID-19
El coronavirus se ha convertido en un agresivo gatillador para que las compañías hagan un curso intensivo exprés de tecnología, incluida la robótica. “De la noche a la mañana nos vimos inmersos en este mundo del teletrabajo. Si bien a algunos se les da bien, otros tuvieron que ser entrenados rápidamente para gestionar estos cambios”, dice Rodrigo Palacios, de PwC Chile.
Para algunos, el COVID-19 también representa una oportunidad de oro para que los robots puedan lucirse y realizar actividades que por temas de seguridad los humanos no pueden hacer. Por ejemplo, robots que hacen inspección termal con desinfectante, logrando una limpieza por control UV en supermercados o centros comerciales, u otros que sanitizan centros de distribución, puntos álgidos en un mundo en el que por temor de salir a las calles los consumidores optan por el comercio electrónico o el delivery para adquirir productos, dificultando la trazabilidad absoluta de estos desde que salen de la bodega hasta que llegan a su destino.
En tanto, en Chile Robotics Lab ha desarrollado un piloto en el hospital Padre Hurtado ubicado en una de las comunas más populares de la capital, junto a la Universidad del Desarrollo (UDD) para apoyar el área médica.
“El robot tiene una interfaz con la que puedes comunicarte y controlarlo a distancia”, dice Rodrigo Quevedo. “Sirve de apoyo a los enfermeros, quienes desde sus casas pueden monitorear a los pacientes no tan críticos y liberan capacidad técnica para los pacientes más urgentes. Además, se evita el riesgo de contagio”.
Al respecto, Alejandro Floreán, de IDC Latinoamérica, asegura que el uso de robots se hace más urgente en el segmento de healthcare, ya que “a raíz de la pandemia se necesita que no se toque al paciente”.
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