Covid-19, la máquina del tiempo

Por en Empresas & Startups

El coronavirus nos ha enfrentado al futuro y al pasado, todo al mismo tiempo. Nos hace viajar a la lógica prehistórica, impulsando ciertas prácticas para protegernos, pero también nos empuja con fuerza hacia el futuro, gracias a nuevas tecnologías.

*Por Sebastián Ojeda, CEO de Beetrack

En 1962, William Hanna y Joseph Barbera crearon a Los Supersónicos, una serie animada  ambientada en 2062, que presentaba un imaginario de futuro a partir del día a día de una familia común y corriente. Ese mundo lleno de autos voladores, robots que hacían el aseo, relojes con pantallas ha vuelto a la memoria de muchos a propósito de la nueva forma de vida en cuarentena que el mundo entero ha experimentado por causa de la pandemia de covid-19. Las excentricidades futuristas que podían verse en esta historia, como las reuniones virtuales de trabajo, las clases online o la telemedicina son realidades cotidianas para nosotros hoy, a pesar de que aún quedan 42 años para llegar al momento exacto que retrata la serie.

El coronavirus nos ha enfrentado al futuro y al pasado, todo al mismo tiempo. Nos hace viajar a la lógica prehistórica, en la que, ante los peligros y dificultades del mundo exterior, sólo unos pocos miembros de la manada eran los encargados de salir en busca de comida; nos lleva a siglos anteriores, cuando otras generaciones debieron enfrentar pandemias mortales y de alta expansión, como la peste negra, la viruela o la gripe española, entre otras. Pero también nos empuja con fuerza hacia el futuro.

La ficción siempre nos ha hecho imaginar que la alta tecnología y su masificación conllevará el reemplazo del contacto humano por el contacto con máquinas, algo que en el actual contexto cobra una relevancia vital y se vuelve una necesidad. Las pantallas se han convertido en un aliado fundamental para poder respetar el distanciamiento social y evitar la propagación del virus. Porque además de mantenernos en comunicación constante con nuestros seres queridos y el mundo exterior en general, también nos han permitido abastecernos. Una porción cada vez más importante de la población comienza a acostumbrarse a realizar compras a través del comercio electrónico y los expertos adelantan que se trata de una tendencia que llegó para quedarse, pues la distancia física ya hizo mutar nuestros hábitos de consumo para siempre.

Este cambio se nota tanto en el comercio presencial como en el online. En el primero, se observa cómo, por ejemplo, los supermercados dejaron de vender productos de fiambrería que no estuvieran envasados, por lo que sacar número para comprar 200 gramos de queso, por ejemplo, ya no es posible. Lo mismo ocurre con el pan, que ya se entrega directamente en bolsas para reducir al máximo su manipulación por parte de los clientes. 

El momento del pago también es diferente. El uso de efectivo se ha reducido enormemente, también para evitar un contacto más directo entre personas, y se han priorizado otros medios, como tarjetas o incluso dispositivos más tecnológicos como pulseras con chip, para efectuar la transacción sin tocar ningún otro objeto directamente (iniciativa muy ligada al imaginario futurista colectivo). Algunos adelantan además que algo que nos parecía tan moderno como el uso de pantallas táctiles en tiendas físicas, podría ser reemplazado por tecnologías más avanzadas y contactless.

Pero en el comercio online, el viaje ha sido incluso más rápido. La adopción de esta tecnología de consumo se ha adelantado como si hubiésemos avanzado años en tan solo dos meses. Las grandes compañías de este sector, tanto en Latinoamérica como en el resto del mundo han visto llegar millones de nuevos usuarios a sus plataformas, tanto para consumir productos de primera necesidad, como bienes durables.

Aquí es donde más nos acercamos a la premisa antes mencionada de que el futuro nos depara menos contacto entre personas y más con máquinas. No solo porque estas herramientas le han permitido a los consumidores limitar muchísimo las salidas de sus casas y el contacto tú a tú, sino que porque la industria se prepara con una rapidez nunca antes vista para la incorporación de robots y otras tecnologías que podrían permitir que un producto llegue a las manos de su comprador con un mínimo de intervención humana.

Un ejemplo de esto es la expansión que ha tenido Starship Technologies, una empresa que desarrolla pequeños vehículos de entrega autónomos, que pueden transportar paquetes de hasta 9 kilos y son monitoreados a distancia por humanos. La compañía tiene actualmente actividad en cinco países y con el correr de la pandemia, ha expandido su alcance y estableció un servicio de entrega de comida y golosinas en algunas ciudades de Estados Unidos, a través del cual han podido observar el aumento en la preferencia de los consumidores por los despachos sin contacto. 

Asimismo, JD.com -el principal competidor de Alibaba en China- usó el 7 de febrero un robot no tripulado para entregar insumos médicos a un hospital de Wuhan habilitado para contagiados de covid-19. Tras esta primera intervención, la compañía realizó un despliegue de estos robots para efectuar entregas en localidades aisladas del país, en las que los supermercados se mantenían cerrados por la cuarentena y, por ende, no había acceso al abastecimiento. Las personas pudieron entonces hacer sus pedidos desde sus teléfonos. 

Y así como se incrementa la adopción de estas tecnologías, también hay ciertas costumbres relacionadas con la actual forma de entregar productos que pueden empezar a quedar en el pasado. Es el caso de la firma de guías o la firma digital para acreditar el recibo. De hecho, en Perú, el gobierno solicita que una vez restaurado el ritmo de despachos, no se soliciten firmas a los clientes. 

El covid-19 se ha transformado entonces en un impulso sin precedentes en la adopción de nuevas tecnologías, que se vienen trabajando y tratando de implementar hace varios años. Las mismas que hoy dan la sensación de haberse subido a una máquina del tiempo y estar a punto de bajar en ese futuro tantas veces ficcionado antes de la llegada del año 2000.  

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